Alarmada por la violencia en Jujuy, la Iglesia sigue con preocupación la creciente conflictividad social

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El hecho de que se advierta con la posibilidad de acciones violentas contra una administración democráticamente elegida debería interpelar a los dirigentes para que redoblen su responsabilidad.

Hubo violentos cruces entre manifestantes y la policía de Jujuy, en las inmediaciones de la Legislatura provincial. (Foto: AP – Juan Burgos)

No fueron pocas las voces que se alzaron ante los graves incidentes ocurridos el martes en Jujuy -cuya máxima expresión resultó el intento de incendiar la Legislatura- para advertir que se trató de un anticipo de lo que puede pasar si la oposición accede al gobierno el 10 de diciembre. En otras palabras, que el kirchnerismo y sus aliados de izquierda le harán la vida imposible a los eventuales ganadores fomentando incluso la protesta violenta.

Quienes sostienen esa posición recuerdan un antecedente: las 14 toneladas de piedras que se lanzaron contra el Congreso con ocasión de una reforma previsional durante el gobierno de Mauricio Macri. Tampoco faltan aquellos que creen que el kirchnerismo se terminaría sometiendo a las reglas del debate democrático -muchas veces fuerte- y que, en todo caso, sería la izquierda más dura la que promovería la violencia.

Sea como fuere, el sólo hecho de que se baraje la posibilidad de acciones violentas contra un gobierno democráticamente elegido debería interpelar a los dirigentes para que redoblen su responsabilidad, comenzando por moderar sus palabras -el presidente del Episcopado, monseñor Oscar Ojea, acaba de recordar que la violencia empieza en las palabras violentas- y promoviendo una convivencia mínima.

En la dirección contraria, el diputado kirchnerista Eduardo Valdés afirmó que si la oposición llega al gobierno habrá una “convulsión social” similar a la que “existe en Jujuy” porque “se aprovechan de una mayoría transitoria para anular derechos”. Luego aclaró que realizó esas declaraciones una semana antes de los incidentes en esa provincia y que repudia el ataque a la Legislatura.

¿Pero qué tan espontáneas fueron las protestas en San Salvador de Jujuy? ¿La escalada de violencia fue producto de la dinámica del enfrentamiento con la policía o estaba planeada? El obispo local, monseñor Daniel Fernández, consideró que los graves disturbios “parecen haber sido instigados por elementos violentos provenientes de otros lugares para generar el caos”.

La Justicia determinó que había entre los manifestantes personas ajenas a la provincia y varios con graves antecedentes penales. Además, por haberse encontrado a uno de los que protestaban violentamente con medio millón de pesos, se generó la fuerte sospecha de que a algunos (¿o a muchos?) activistas violentos se les pagó para producir los serios desmanes.

Monseñor Fernández advirtió que esto es particularmente grave ante el severo deterioro económico que se vive en el país, donde no alcanza con tener un trabajo para no ser pobre -de hecho, más del 50% de la población lo es actualmente si no se consideran los planes sociales. “Cualquier chispa puede desencadenar situaciones de violencia”, advirtió.

Esto no significa que la reforma de la Constitución de Jujuy -que originó las protestas- haya sido perfecta. Monseñor Fernández dijo que, si bien “se respetaron los mecanismos democráticos”, debió haber habido “una participación más amplia y llegado a acuerdos que satisficieran a todos”. Pero otra cosa es la violencia planificada.

La preocupación de la Iglesia por expresiones de violencia como la ocurrida en Jujuy -más el horroroso crimen con implicancias políticas de Cecilia Strzyzowski en Chaco- es tal que provocó que los obispos de todo el país convocaron a los fieles a rezar este fin de semana en las misas por “la paz y la justicia” en la Argentina.

En el mensaje por la convocatoria, dicen que “en Jujuy y en Chaco hemos contemplado realidades desgarradoras ante las que, como cristianos, no podemos permanecer indiferentes” y que “tristemente no son las únicas, pero en ellas se hace visible tanta violencia y tanta injusticia en las que el dolor cala hasta los huesos”.

Tras afirmar que “necesitamos pacificar nuestros corazones”, destacan que “todo se puede lograr con el diálogo y todo se pierde cuando la palabra cede el paso a la violencia. Es fatigoso el camino del diálogo, pero hay que transitarlo escuchando pacientemente a las distintas voces de los actores de nuestra vida social”.

Todo eso suena utópico en el inicio de una campaña electoral que promete subir el voltaje de las peleas en el contexto de una profunda grieta. “Hay dos fuerzas que compiten muy fuerte y nosotros terminamos siendo el pato de la boda”, opinó también monseñor Fernández.

El obispo concluyó con una metáfora por demás elocuente: “Si hacemos un Boca – River permanente no es viable la sociedad”, afirmó. Repitió así una advertencia de larga data de la Iglesia, más precisamente que comenzó en la crisis de 2001 y que nunca fue escuchada.

Claro que, como dijo el sacerdote de Resistencia, Gustavo Urbano, en una reciente homilía que se viralizó, los argentinos no podemos resignarnos a una dirigencia política mediocre enfrascada en sus ambiciones y que dirime sus diferencias a los gritos.

Gritos que a veces terminan en palabras violentas que preceden -volvemos a citar a Ojea- a hechos violentos. O, peor aún, a violencias planificadas como ocurrió en Jujuy a caballo de reclamos que pueden ser perfectamente legítimos.

No se trata de ser alarmistas. No estamos en el mismo contexto previo a los violentos años ‘70. Pero la situación social es mucho peor y existe el riesgo de que haya quienes quieran instrumentalizarla.

La inmensa mayoría de los argentinos queremos la paz. Pero, como dice el Papa, preservarla es una obra artesanal. Entonces, parafraseando a Ortega y Gasset, “argentinos a las cosas”.


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